Tengo tu
retrato a medias. Te voy
pintando
según me vienen las ganas de
tocarte.
Lo hago
como si en el trazo fuera
la caricia que no te
llega.
Por mucho
que yo me empeñe,
no le saco
el color a la ausencia.
Te desdibujas en la
contrarreloj que pone
tu piel en la linde del olvido.
Puedo
pensarte, sí. Te llama
el tacto,
sin embargo, y es así
de simple:
tu boca de
lapicero no puede besarme, y yo
no me
mojo con la acuarela.
De nada
sirve borrar y empezar de nuevo:
no
conseguiré tu sonrisa perfecta, lo sé,
ni mucho
menos
tu justa palabra que me salva,
porque no
sé sino pintarte callado:
siempre
estás dormido —no me sale la mirada—.
¿Qué decir
de tus manos,
tan cerradas, tan poco manos?
Vuelvo
sobre ellas una y otra vez…
Lo de
menos son los nudillos:
sé que es cuestión de práctica.
El
problema son las venas
y la sangre palpitando,
tan quieta
en el papel,
tan frío.
No se
paran en la memoria:
se mueven
siempre,
en el aire o sobre mí,
y así no
hay forma…
y eso por
no hablar de
las uñas
la suavidad de la piel
el calor
las líneas que aún no te he leído
las
cicatrices (¿qué pasaría
si me olvidara de alguna importante?).
No me queda otra: determino
escondértelas bajo tu pelo.
¡Tu pelo!
Tu pelo es
un enigma,
da igual que decida suelto o
en coleta.
Este
detalle lo tengo atravesado, de verdad,
es algo que me supera:
¿cómo
soltarlo de mis dedos, cómo
apartarlo de mi vientre, cómo
lo
separo del mío
en las
almohadas que recuerdo?
¿Conoces tú
la forma?
Respecto a esto, no te pido
nada:
es importante que quede claro.
¿Qué podrías
hacer tú para que yo
consiguiera
dibujarte como te pienso?
¿Qué culpa
tenemos ninguno
de que yo
te quiera o de que a mí,
ahora,
te me
antojes muso?
Una cosa sé:
la torpeza no es pensarte mal ni poco,
y es por
todos esos asuntos que no me dejan dibujarte
(y otros
que no vienen al caso)
que
siempre acabo por recurrir a este otro lenguaje
para
bailar contigo sobre las letras de los versos
(me puede el movimiento, qué otra cosa puedo decir).
Es por eso
también que siempre es largo el poema:
cuanto más
escribo yo, más bailamos los dos.
No cabe duda de que esto es un gran problema:
me cuesta darlo por terminado,
y corro el
riesgo de que te canses, pero
¿y si no
volviera a sonar esta canción?
Ahora
debo
volver al dibujo, debo
intentar
pensarte de otro modo.
Sucede que hoy, lástima,
no se
me ocurre ningún
final posible
para esto que quería ser otro poema,
de los que no van a ninguna parte, y,
como tu
retrato,
también se
quedará a medias.
Por eso te escribo,
para pedirte, por favor, que, si
en algún verso tuvieras que marcharte,
salgas sin hacer demasiado ruido
(necesito esta música para pintar).
Puedes dejarme una nota en alguna línea, si quieres.
Yo volveré aquí cuando te despierte en el dibujo.
Ya me voy, debo volver al dibujo,
pero ahora agárrame fuerte.
Empieza el baile.