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jueves, 6 de noviembre de 2014

negro

Siempre hay una luz al final del primer túnel. 
Al otro lado una mujer empuja nuestro preludio, 
nos espera.
Su vientre abierto es el agujero blanco de la vida.
Dejamos atrás el lado oculto de la carne,
la entraña, punto cero, el fondo de origen,
crepita tierra y sabe a madre.
De su oscura materia, de su temblor
estamos hechos,
cordón de raíz, húmeda, cuna y presagio.
Del dentro opaco llegamos a darle foco al tiempo.
Bailamos con torpeza su danza alegre,
primeros pasos de la lluvia más suave,
levantamos dioses de inocencia.
Caen todos, deriva súbita,
con el primer rayo de amor.
Su destello aviva el pulso, desnuda
el nombre al que acudimos, lo unimos
con lazo inútil al nuestro,
cinta frágil.
Cumplimos la edad de la primavera.
Llega como un atentado,
como si todo empezara de nuevo,
como si los amantes nacieran
en los ojos de su llegada.
Se abre una espiral en la luz.
La recorremos con nuestros pasos,
que preguntan, que disparan
la espuma de lo que se aprende,
que revuelven las dudas, que no acaban,
se hacen parte del zapato.
Cada vez aprieta menos, cada vez es
más ligera la marcha, más hondo el rastro.
El giro se estrecha en el mapa circular.
Se restan a lo ganado las renuncias,
lo inexplicable, la ausencia
sin días para aceptarla, para asumir
el cansancio, el asolado recuerdo, el presente
como destino, como sueño de otro que acaba.
Al fin la línea es solo un punto, sin retorno.
Bajo el barniz que decapa la muerte,
el pálpito deshecho en viruta, último bucle.
Se enciende el fuego frío de la fuga final
al borde del enigma, casi intacto.
Los párpados caen, alas sin vuelo,
y el corazón suelta amarre. Continúa
de nuestro camino su estela.
Somos ya señal que levanta otra mañana,
gas que infla otra memoria, latido callado
en nuestro grabado en negro.

andrea mazas

Obra de Patakk.

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