I
Dentro de mí hay otra que grita en mi
silencio,
que recorre mis caminos, que llora cuando
miento,
que me abre, me rompe, me surca suavecito
en ligeras barquitas de hambre.
En noches de llanto ahogado, corta mis
pequeñas flores.
Adorna mi dolor con pétalos blancos.
Prendidos con alfileres,
sus metálicas cabezas crecen en la piel
que caerá
—una alerta… un presagio…—.
Son el primer indicio de una nostalgia
indescifrable que nos devorará
marchitando mis palabras en las
sementeras del olvido.
II
Hay una primavera en cada poema. Sobre el
blanco gotea un desahogo.
Recorre mi rostro, desde el lacrimal
hasta el papel, una leve alegría.
Deja al descubierto un recuerdo que la
tristeza escondió para no dolernos.
Germina la semilla que el silencio
cuidaba y conozco sus primeros brotes.
Hay una primavera en el silencio. En las
sombras, un otoño a su cuidado.
Un pájaro se posa en cada pausa. Un grito
de la otra agita sus alas.
Sus oscuras palabras secretas esbozan el
cielo al que escapan y,
en las siniestras siluetas que perfila su
llama marfil,
mis manos acarician con temor los colores
que imaginé a la vida.
Hay una primavera en mis manos —un
adagio…, una cantata…—.
Es un coral de ángeles blancos entre
verdes espigas.
En su hojarasca, los grillos entonan el
réquiem que llama a mi extraña.
Los pájaros caen muertos en la primera
vocal sangrada.
III
Hubo un otoño en su ausencia:
ella espantaba arañas que tejían
oscuridad en mis dedos.
Hubo una noche en su otoño:
en mis pungentes caricias anochecí sin
consuelo.
De donde la abandoné trae su perfume
nuevo:
un bálsamo que suaviza la belleza de los
dolores de cada primavera.
En esta primavera, la otra escancia mis
muertes
en el verdor de algunos versos.
Su fragancia me enerva en su noche:
lentamente cuartea la membrana que
protege mi dócil tristeza y
cuando, desprotegida y suya, yo soy su
perfume,
ella, callada, escribe
«Dentro de mí hay otra que grita en mi
silencio…».
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