Había una vez (y fueron tantas
veces)
un hombre que adoraba a una mujer.
Había una vez (la vez fue muchas
veces)
que una mujer a un hombre
idolatraba.
Había una vez (lo fue muchas más
veces)
una mujer y un hombre que no
amaban
a aquel o aquella que los
adoraban.
Había una vez (tal vez sólo una
vez)
una mujer y un hombre que se
amaban.
('Cuento de hadas', de Robert Desnos)
Llegados.
Perdido el pasaporte en la boca.
Cesa la lluvia bajo un techo,
sobre dos cuerpos sin ropa.
Un jazz azul de terciopelo
nos invita a vivir tranquilos,
mudar de besos y sueños
esta orilla de sábanas,
esta balsa sin remos.
Mis pies descalzos:
se van de paseo
mis botas con tus zapatos.
Me quitas la falda en español,
en francés enredadas mi pelo.
Dejo doblada mi piel
en el cajón de tus manos.
colgados los ojos en tus miradas.
Bautizas en tu boca mis brotes de placer.
No hay miedos que hagan sabotaje
al minuto preciso que marcan
las estrategias del deseo.
Las bragas recorren mis piernas;
tu cuerpo, vertido en mis manos.
Tus dedos dilatan en mis pezones
inviernos sin bostezo.
Tus manos se prueban caricias
de suave lana en mi pecho.
Mis caderas son un juego de líneas,
un escaparate de sensualidad
al que un duende te invita a asomarte:
baila su líquido vals de salivas
calientes;
sigue el ritmo de la ternura
que se derrite en tu lengua;
rómpeme las medias
en un mapamundi ilegible:
obséquiate esos quince milímetros
de soledad y piel al descubierto,
habítame aun cuando parezca páramo;
resuelve la raíz cúbica de mi cuerpo:
un tercio de luz, dos de miedo;
regla de tres y falta uno:
ponle tu nombre
a mis indecibles zonas de recreo.
Me besas, me buscas el cuello.
Sin nudos las lenguas, me ganas.
Deja que esta sana locura haga el resto.
Quítate el cordón, desátate las manos,
paséate a gatas,
ponte cómodo en mi calor,
inventa chopos en los brazos que abrazas,
ábrete el corazón.
Tus blancas uñas marcan mi espalda:
aráñame, lento dibújame
la cicatriz de tu deseo,
mi grave herida de fantasía
que tu saliva calma en silencio.
Tatúas letra a letra, palmo a palmo,
el alfabeto erótico que quiso negarme el
pudor,
que pienso sola en mi cuerpo.
Recorre como un nómada los oasis de mi
cintura,
como un turista del placer las capitales
de mis curvas.
No dejes en mi carne geografía sin
bandera:
en la ciudad de mis ingles sus calles te
nombran,
mi centro te espera.
Frío, otra manta y otro amor.
Tus besos en mis ojos…
¿labios secos o sed de labios?
Al menos es seguro este abrazo,
este grito de guerra a la soledad.
Te otorgo todos los títulos:
monarca de mi pubis, dios de mi vientre.
Soy doncella en tu manantial de gozo sin
sombras,
amazona a horcajadas en tu faro salvaje.
En esta noche incendiada
—ya casi modelado el cuerpo a cuerpo,
la medida la dicen los dedos—,
el fuego esboza una luz nueva.
En la noche en llamas,
tiendes puentes, brindo arcos,
creamos una arquitectura imposible
de carne y abrazos.
La noche funde a negro…
Sembrada quedará en sus cenizas
la semilla del árbol de lo efímero.
El vello se eriza, la sangre aprieta,
la piel se abre… Me uno a ti.
Cierro los ojos:
somos sombra sin fractura
sobre un lienzo de luz azul.
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El beso, de Pablo Picasso |