Cristina, pero me gusta que me llamen Luna. Veintitrés
años, veinticuatro dentro de una semana, pero todavía veintitrés. Nací en
Salamanca, pero enseguida me di cuenta de que era un sitio pequeño, que nada
podía mantenerse en secreto y tal, así que, en cuanto tuve ocasión, me di el
pire. Llevo dos años viviendo en Madrid, me he mudado unas seis veces y, aunque
esta última parece la más acertada, no creo que sea la última. Estudié hasta
bachillerato, pero yo lo que quería era trabajar para irme de casa de los
viejos. Ellos insistieron en que tenía que estudiar o, por lo menos, terminar el
insti y todo ese rollo, así que el último año me matriculé en el nocturno
porque por el día empecé a trabajar en el estudio de un colega. Cuando terminé el
nocturno, me dediqué al piercing de forma más profesional durante dos años. Con
lo que aprendí, me vine a Madrid a buscarme la vida. Aquí conocí a Marcos.
Marcos, pero mi nombre artístico es Víctor. Treinta
y dos. Tauro. Soltero. Actor, músico y, según Luna, perfecto. Soy de Salamanca pero
cuando cumplí dieciocho me vine a Madrid a estudiar teatro. Quería ser actor
pesase a quien pesase y, sobre todo, a pesar de los planes que mi padre tenía
para mí. Él quería que estudiase Empresariales o Derecho, una carrera seria, como
decía él, y no que fuese un titiritero para acabar siendo un muerto de hambre.
A su pesar, cumplí mi sueño: me convertí en actor, pero está difícil, somos
demasiados, no hay tanto pastel y todavía no se puede decir que no acabe siendo
un muerto de hambre, como ya dijo el viejo. He rodado varios cortos, he
aparecido en alguna serie de televisión, varias obras de teatro… en fin,
supongo que como casi todos. Para sacarme unas pelillas extras, también hubo
una época en que hacía mimo en el Retiro los fines de semana. Muchas horas y
pocas monedas, pero tenía sus recompensas. Así conocí a Luna.
Llevaba poco en Madrid. Había empezado a trabajar
en el Vips por las tardes para poder sobrevivir. Al salir del curro, me gustaba
ir al Retiro para desconectar. Me fumaba un canuto y hacía fotos a la gente
(todavía sufría el síndrome de turista: con la cámara a todas partes). Después,
subida en mi nube, me iba a casa. Y así cada día. Llevaba con esta costumbre
unos meses cuando, una de esas tardes, en el paseo del Retiro, me llamó la
atención un mimo. Tan pronto perseguía a una chica mona como se quedaba quieto.
Al pasar por su lado, pensé que a mí también me perseguiría, pero no lo hizo,
así que, después de fumar mi recompensa, volví a pasar por la zona donde él estaba.
Se paró
frente a mí un sábado, me echó una moneda, le ofrecí una margarita y se sentó,
según me dijo, para ver cuánto aguantaba sin moverme. Por supuesto, yo aguanté
más que ella: volvió a echarme una moneda y la despedí con la mano. No se fue.
Pero tampoco entonces vino detrás de mí. Volví a
él y le eché una moneda. A cambio me regaló una rosa imaginaria. Después, me
senté a mirarlo, allí quietecito. Tenía un mono muy ajustado y se le marcaba
todo. Mucho mimo y qué poco dejaba a la imaginación… En fin, que no estaba nada
mal, así que le eché otra moneda pensando que quizá así se daría la vuelta. Y
no. Sólo me dijo adiós con la mano.
Cuando le dije adiós, ella quitó
la moneda que me había echado y se puso a hacerme fotos.
No me quedó más remedio que coger la moneda que le
había tirado por ese adiós que nadie le había pedido. La guardé en el bolso. Y
aproveché para sacar la cámara y tirarle unas fotos.
Al cuarto clic me bajé del banco
en el que estaba subido, recogí mi bolsa y me largué.
Marcos se debió de molestar, porque solo le había
hecho un par de fotos cuando se bajó del banco y se marchó.
A ver qué
se había creído esa niña… Yo estaba haciendo mi trabajo y ella se estaba riendo
de mí en mi propia jeta…
No sé. Me pareció divertido. Reconozco que lo de
echarle una moneda y después quitársela fue algo feo…
¡Quitarme
la moneda! ¿Qué se había creído esa tía?
… pero ¿quién era él para pedirme que me fuera?
También estuvo feo que él me dijera adiós a cambio de la moneda, ¿no?
Y, como
ella no se iba, me fui yo.
Supongo que acabé con su paciencia cuando empecé a
echarle fotos, y se fue.
No te
digo.
Hala, con viento fresco.
No soy
de los que se enfadan fácilmente, pero esa tía acabó con mi paciencia.
Mientras se alejaba, también lo fotografié. Ere
tan mono…
No sabía
si darme la vuelta y decirle un par de cosas. Ya sabes, ponerle los puntos
sobre las íes. Estaba bastante cabreado.
Mientras lo veía alejarse a través del objetivo, pensaba en que
quizá debería levantarme e ir a pedirle disculpas.
Decidí
que no merecía la pena, y seguí mi camino. Aunque, por otro lado, la tía no estaba
mal, ya sabes…
Al final me decidí y salí corriendo tras él. Yo
qué sé… Después de todo, me había pasado un poco y, además, ese tío me gustaba…
Cuando
estaba a punto de llegar a la puerta del parque, ella me alcanzó,
Lo alcancé y me puse frente a él para impedirle el paso,
y lo
único que me dijo la muy descarada fue
le dije «Bonito culo» y empezó a reírse.
¿«Bonito
culo»? Pero ¿esa tía de qué iba?
Yo le hice otra foto.
Y me
hizo otra foto. Entonces pensé: «¿Esta tía quiere jugar? Pues vamos a jugar».
Me cambié de lado para sacarle otra de perfil.
Ella
seguía a su rollo con las fotos. Al final le dije «Te gusta mi culo, ¿no?»
«Sí, también me gusta tu culo».
«Pues a mí
me gustan tus ojos, pero las tetas… no sé».
«¿No te gustan?».
«No
demasiado».
«Entonces me mirarás a los ojos, pero no me tocarás las tetas».
«¿Cómo?».
«Y como a mí me gustas entero, yo no tengo límites».
«Pero ¿de
qué vas?».
«¿Trato hecho?».
«¿Qué
pasa contigo, tía? Primero me echas una moneda, después me la quitas y me haces
fotos, y ahora me dices que te gusta mi culo».
«¿Conmigo? Qué pasa contigo, más bien. Te doy una moneda y tú, a
cambio, me dices que me dé el pire. Y ahora me dices que no te gustan mis
tetas, pero ¡si ni siquiera te has fijado!».
«¿Se
puede saber de dónde te has escapado?».
«¿Yo? Aquí el único que ha salido corriendo has sido tú. ¿De qué
escapabas?».
«Yo, yo…
Yo no escapaba de naaada».
«Ay, qué mono… Si, además, se pone nervioso ¿Te doy miedo?».
«Bueno,
se acabó. Mira, no quiero perder mi tiempo con una desconocida chiflada».
«Con lo de chiflada no podemos hacer nada, pero lo otro todavía podemos
solucionarlo. ¿Una caña?».
Me quedé
sin palabras. Tengo que reconocer que aquella niñata era demasiado, demasiado,
demasiado…
A veces soy demasiado lanzada. Yo misma me
sorprendo.
… pero yo
no podía ser menos. Así que al final accedí. Al fin y al cabo, todas son
iguales, hasta las listillas como esa.
«Pero
sólo una, y después te vas a casa, que ya es tarde y papá y mamá estarán
preocupados por la niña».
Iba de chico duro, pero se fue suavizando. ¿A quién quieren engañar?
Todos los tíos son iguales.
«Si
supiesen que estoy contigo se tranquilizarían. En cambio, si los tuyos supiesen
que su niño grande está conmigo, vendrían a buscarte de inmediato para llevarte
cogido por las orejas y encerrarte en tu cuarto para que yo no pudiese hacerte nada
malo».
Salimos
del Retiro y entramos en la primera cafetería que vimos.
Lo llevé al bar de un tío con el que me había
enrollado un par de veces…
Pedimos un par de cañas…
… y me ofreció un cigarro.
Me dio las gracias.
Nos bebimos la primera caña sin dirigirnos la
palabra.
Ni una palabra, pero no dejábamos
de mirarnos.
Eso sí, se le fueron los ojos a mi escote un par
de veces.
La verdad, la tía estaba bien
buena…
Yo sólo lo miraba a los ojos.
Y, sí, la tenía en el bote…
Bueno, vale, también le eché un par de miraditas
al camarero…
ey, y resultó que tenía unas
bonitas tetas…
… pero sus ojos eran azules…
… y olía muy bien…
… preciosos…
… era
preciosa.
«¿Cómo te llamas?».
«Marcos».
«Deberías llamarte Víctor».
«¿Tengo
cara de Víctor?».
«No, tienes cara de Marcos».
«¿Entonces?».
«Víctor es como llamé a mi primer novio».
«¡Ah!
Esto sí que es bueno. No sólo decides cuándo y cómo sino también el nombre».
«Bueno,
es que era imaginario y de algún modo tenía que llamar al hombre perfecto».
Me dijo, más o menos, que era el
hombre perfecto.
Se puso un poco nervioso.
Después,
sin preguntarme, pidió otras dos cañas.
«Víctor,
¿no?».
«Sí, pero, si te hubiese conocido entonces, mi novio se hubiese
llamado Marcos».
«Pues yo
no he tenido ninguna novia imaginaria, pero a partir de ahora lo serás tú y te
llamarás Luna».
Me dijo que nunca hubiese imaginado conocer a una
chica como yo, o algo así.
Luna. Fui bastante ingenioso. Le
iba al pelo… ¡Qué loca!
Lo tenía en el bote, dos cañas más y estaría loco
por mí.
Dos cañas más y besaría por donde piso.
«Pero yo
no me llamo Luna».
«Las
novias imaginarias no son tan protestonas como tú. Te llamas Luna, y punto».
«Vale,
me llamo Luna, pero ¿no quieres saber cómo me llamo para los demás?».
«¿Y para
qué voy a querer saberlo si nunca te voy a llamar de ninguna forma que no sea
Luna? Yo no soy los demás».
Yo la
llamé a ella Luna. No quise saber su nombre. Era la primera vez que inventaba
un nombre para alguien. Me pareció un juego divertido, así que decidí jugar. De
esta forma, después de dos cañas, empecé a tener una novia imaginaria que se
llamaba Luna y que, a pesar de ser imaginaria, era preciosa.
Entró en mi juego. A partir de aquel día todos me
llaman Luna. Bonito, ¿no?
«¿Vives
solo?».
«Luna,
creo que, después del tiempo que llevamos saliendo, ya va siendo hora de que
conozcas mi casa».
«Te he
preguntado si vives solo, no si puedo ir a tu casa».
«Ya, y yo
te digo que voy a pagar estas cañas y que vamos a ir a mi casa».
«Podrías
preguntarme al menos si me apetece ir. Podría tener algún otro plan…».
«Te
recuerdo que eres imaginaria y yo no he imaginado en ningún momento que tengas
otro plan que no sea venirte conmigo».
«Pues
has debido imaginar mal, porque precisamente…».
Me dejó con la palabra en la boca. Pagó las cañas,
cogió su bolsa, compró tabaco y salió del bar. Yo seguí sentada en el taburete,
sin saber si quería salir tras él o quedarme allí.
Hubo un momento en que pensé que
Luna iba de calientapollas. Así que decidí llevar yo las riendas del juego. A
estas alturas me iba a venir a mí con jueguecitos de colegiala… Le hice pensar
que no quería jugar más y me fui.
Pero llevaba ya demasiado tiempo corriendo detrás
de mojabragas como Marcos, así que decidí quedarme allí sentada…
Le hice
pensar que me había ido. Pero soy un blando: parecía triste y entré a por ella.
… y funcionó… siempre funciona… Él vino a por mí.
Funciona con todas. Lo de volver, digo. En plan segunda oportunidad.
«Perdone,
estaba aquí con mi novia. Se llama Luna y la he perdido de vista».
«Si era la chica que estaba aquí con usted antes, me ha parecido
verla salir».
«Pero
eso es imposible. Yo estaba fuera esperándola y no la he visto».
«Ese es el inconveniente de tener una novia imaginaria: en cuanto
dejas de imaginarla… desaparece».
«Y
usted, ¿es real?».
«Puede tocarme para comprobarlo».
«La
tocaré si me promete que no desaparecerá».
Parecía como si la cafetería y la gente que allí estaba fuesen imaginarios, y nosotros, lo único real.
El juego era demasiado excitante como para terminarlo
tan pronto…
«No puedo prometerle nada».
«Prométame,
al menos, que usted es real».
«Pide usted cosas imposibles».
Parecía como si no existiéramos, como si de verdad fuésemos
imaginarios, yo para él, él para mí.
O era al
revés: la realidad era todo lo que había alrededor, y nosotros quedábamos fuera
de ella.
«Crees
que me engañas».
«¿Lo hago?».
«Acabo
de reconocerte. Eres Luna».
«Bravo. No deberías imaginarme de un momento a otro de manera
distinta: corres el riesgo de irte con cualquiera que no sea yo».
«Si soy
capaz de imaginarte como me dé la gana, no creo que importe mucho con quien me
vaya».
«Vaya, vaya aprendes rápido».
«Eso es,
así que si no quieres venir, me iré con cualquier otra chica a imaginar lo que
me plazca».
«Nadie ha dicho que no quiera ir contigo. Estoy dándome tiempo a imaginar que quiero».
«¿Ya lo has hecho?»
«Un poco».
«A mí me vale. ¿Vamos?».
«Ea, vamos».
En la calle, me empujó contra la pared y me besó.
Estaba impaciente porque la besara, pero no me dio tiempo: se
me echó encima.
«Marcos…».
«¿Sí,
Luna?».
«No olvides nunca que lo que te gusta de mí es lo que imaginas».
«Eso es
mejor que no lo olvides tú».
Así es
como conocí a Luna.
Así es como conocí a Marcos.
Y la llevé a mi casa.
Y fuimos a su casa.
Y allí,
ya sabes… pasó lo que los dos queríamos desde el parque:
Y allí, ya sabes, pasó lo que los dos imaginamos que
sucedería:
follamos.
hicimos el amor.
Después
quiso dormir.
Después se quedó dormido.
Cuando
me desperté, estaba solo en la cama. Por un momento, dudé, pero, cuando vi su
nota, caí en la cuenta de que no todo había sido imaginario. Ella sí había
estado en mi casa, pero no sabía nada de Luna que yo no hubiese imaginado. Y
aún no sé si me gustó ella o lo que me invitó a imaginar. De todos modos, me gustó,
pero no había forma de buscarla. Solo me quedó imaginar que algún otro día
volveríamos a coincidir en el Retiro.
Me fui antes de que él se despertara. Le dejé una
nota. En ella seguí con el juego de la noche anterior. Todo lo que importaba
era lo que imaginábamos. Pero Marcos me había gustado: el mimo, y el chico nervioso,
y el testarudo, y el tímido, y el chico que imaginé y el chico que me imaginó… y,
sí, también el chico que conocí en su cama. Y, pese a todo ello, olvidé dejarle
mi teléfono en la nota para que pudiéramos volver a vernos para seguir imaginando
juntos.
La nota
que me dejó decía:
En la nota le escribí:
Recuerde:
todo lo que usted ha experimentado ha sido producto de su imaginación. Probablemente
haya sido su primer polvo imaginario. Si así es, para mí ha sido un honor ser su
primera vez. Para mí (quiero decir, para quien usted imagina que ha escrito
esto) no lo ha sido, pero lo bueno de la imaginación es que todas las veces
pueden ser como la primera.
Lo
imagino dormido mientras le escribo. Lo imagino sonriendo mientras lee estas
palabras que también son producto de su imaginación. No me falle: sonría. Que
la realidad no nos destruya,
Luna
Quizá fui un poco cursi…
Chulo, ¿eh?
Pero yo soy así…
Luna era así…
Fui varios días después al Retiro pero no lo vi.
Al cabo de una semana pensé que quizá el mimo hubiera cambiado de sitio para
que no lo encontrara. Después de un tiempo, dejé el trabajo en el Vips, y el
Retiro empezó a quedarme un poco lejos como para ir todos los días. Voy de vez
en cuando con los colegas, pero no he vuelto a verlo. Dos años ya, y sigo mirando
disimuladamente a su banco… Nunca está. Aunque pienso que quizá algún día podamos
volver a coincidir, he llegado a pensar que realmente aquella noche la imaginé y
que, cuando desperté, la realidad se lo tragó para siempre.
Estaba
leyendo la nota cuando sonó el telefonillo. Con tanto imaginar, no recordaba que
esa mañana me iba con los colegas a una feria de teatro. Diez días fuera. Diez
días pensando en Luna. Si ella hubiese ido a buscarme al Retiro, al no
encontrarme, habría pensado que me había olvidado de ella. Cuando volví a
Madrid, tenía prisa por que llegase el sábado para quedarme quietecido en mi
banco hasta que pasase ella. Pero no pasó, ni el sábado, ni el domingo, ni los
sábados y domingos que siguieron. Después me salió un buen curro y dejé lo del
mimo en la calle. Voy de vez cuando al parque, pero nunca más la he vuelto a
ver. Quién sabe… Quizá, al fin y al cabo, la imaginé y yo mismo la hice
desaparecer. O, quizá, la realidad terminó por destruirla.
Andrea Mazas (2003)