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martes, 15 de abril de 2014

pero




hay quien monta una barraca sobre una fosa de adjetivos
pero yo creo que la palabra debería ser siempre
una llave, y no un telón o una máscara
y leo del modo en que trato de vivir,
con luz y buenas vistas, sin cortinas,
y así también trato de escribir,
como intuyo que lo hacen mis maestros,
los aventajados peones de la palabra,
que derriban la cuarta pared de la poesía
y dejan abiertas todas las puertas de su casa
y yo entro en ella para sentirme como en la mía,
y me sirvo de ellos y repito, si es preciso,
sin miramientos,
y allí dentro, mientras suena la música,
paseo por sus líneas tomando nota
de telas, soportes, flores, grifería
y también de los desperfectos
y de las grietas y de la pintura levantada
allí donde ellos pierden el paso y se agota el ritmo,
y dentro, más dentro todavía,
casi al final del pasillo, veo
sus joyas, sus valiosos cuadros, sus souvenirs,
que me dan ganas de robar y echar a correr
porque me siento pobre y no como en mi casa
pero hay demasiados testigos y da igual
porque enseguida me doy cuenta de que
sus joyas, sus valiosos cuadros, sus souvenirs
no quedarían bien en mis paredes porque desentonarían
con mis desperfectos, mis grietas, mi pintura levantada,
y entonces sé que llega la hora de irse a la francesa,
pero me cuesta alcanzar la salida porque me entretengo 
abriendo otras puertas del pasillo, como esta, 
que yo no quería abrir ahora, porque yo solo venía a decir
que la palabra debería ser siempre
una llave, y no un telón o una máscara, pero
hay quien monta una barraca sobre una fosa de adjetivos

andrea mazas

lunes, 14 de abril de 2014

fotografía de un cadáver


Él la besó después de la guerra.
Era su primera vez y ella pensó en su hermano
[solo tenía de él la fotografía de un cadáver]
y tuvo miedo de ir a casa: padre notaría el rubor,
la huella de un amor que la pena prohibía
en una casa de tantas de un país en luto,
pero la flor se abrió en tierra quemada:
si había enlace, pensó, no habría ajuar
pero fantasmas no faltarían, y lo hubo,
y los vivos fingieron un baile, solo un día,
con el lacrimal a tumba abierta:
ni demasiada alegría ni fuegos artificiales
pero la banda de esa tarde ensordeció
los acordes de la tristeza.
A finales de los treinta, antes de sus veinte,
ella probó su boca y ahora flota,
sin besos, hoja suelta, balsa de sangre seca
sobre el recuerdo mate de sus muertos.
Aún quedan restos y ella guarda
la fotografía en blanco y negro de un cadáver:
ni el tiempo ni la muerte borran
el color de la herida en los ojos de mi abuela,
abierta, sangrante siempre en su memoria.
En ella la besa todavía su boca,
tan sola y huérfana como estaba ella
a finales de los treinta, cerca de sus veinte,
antes de que él la besara después de la guerra.

andrea mazas

jueves, 3 de abril de 2014

sospechosa



Hoy me siento como un policía en mi aduana.
Me miro de arriba abajo desconfiando de mí.
Me digo identifíquese sin saber quién soy.
Me provoco, me intento sonsacar,
me fuerzo un poco más, me pongo en entredicho,
me espeto un par de bromas que no funcionan
y paso a la acción.
Me intimido, me amenazo, me cacheo entera,
desde la mordaza hasta la última palabra.
No me voy a dar por vencida:
me sobran vergüenzas.
Ya me sé el resto: siempre es lo mismo.
Ahora viene la llamada
—pruebo de urgencia con la esperanza,
lo he hecho más veces:
da tono pero nunca responde—
y, ahora, el golpe
—a mí me duele más que a ti, me grito
antes de darme el primer tortazo—
pero no suelto prenda.
Qué esperabas —la derrota otra vez—:
la incertidumbre es un vacío lleno de silencios.
Al final me canso de mí. Me suelto,
siempre igual, y me dejo marchar
pero me aviso con la promesa del vigía:
ándate con ojo.


Sé que podría ser peligrosa:
soy mi principal sospechosa,
nadie puede hacerme más daño.

Ya no me vale tu coartada.


andrea mazas

Fotografía de Laura Makabresku