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jueves, 29 de noviembre de 2012

la mujer que yo quiero (serratino 2)



La mujer que yo quiero
dice sí a desgranarse la ilusión con un ya de carne,
a pensarte con humedad hasta la gotera,
porque amar es pensar, ya lo decía Caeiro,
pero en silencio. Quiere escuchar los pasos del cariño
sin metafísicas: te habla de piel y sangre.


tu boca me sabe a sí (serratino 1)



Tu boca me sabe a sí:
sí al verso (no a la entrelínea),
sí a la fruta (no al jarabe),
sí al paseo (no al paso atrás),
sí al cuento (no a la moraleja),
sí a la magia (no al truco),
sí al acertijo (no al pacto).
Y tus besos me dicen sí:
sí a mi boca y a la impaciencia de mi piel,
sí a perderse el respeto y a ganarse con las manos,
sí a confundirnos los lados de la cama,
sí a inventarle a las musas otro desierto,
sí a desentrañarte sin prisas las ganas,
sí a quitarme las espinas con tus caramelos,
sí a dejar abiertas puertas y ventanas,
sí a despintarles las líneas a los miedos.
Y yo me pregunto qué pasaría
(qué poesía, qué paseo, qué fruta, qué cuento, qué magia, qué acertijo)
si mi boca también te supiera a sí…
Pero tú... ¿qué sabes tú de mi boca?

 

viernes, 16 de noviembre de 2012

lección inesperada



– Hija, a veces hay que ser muy hombre para que ciertas personas te respeten como mujer.
 
– ¡Qué paradoja!, ¿no, mamá?

miércoles, 14 de noviembre de 2012

a propósito de "Ángel"...




 


Todo ángel es terrible. Con un solo gesto alejas de ti lo que obliga y lo que limita. El cielo te llama y te arranca de tus formas femeninas, bellas, terribles. Las primaveras te necesitan y las estrellas reclaman que las percibas. Todo ángel es terrible pero has de creer en ellos. Y vuelve a ser bella. Alza el vuelo de tu mirada y dedica una sonrisa al mundo que te embellece.


He recuperado estas imágenes, las únicas que quedan de aquel proyecto en el que algunas personas, grandes amigos todos, nos embarcamos con enorme ilusión. Han pasado unos nueve años. Éramos estudiantes. Dábamos de comer a nuestro sueño de dedicarnos al cine, a la escritura, al arte. El cortometraje nunca vio la luz. La razón la conocen todos los que trabajaron para darle forma e imagen a un guión literario que escribí para cierta asignatura de Comunicación Audiovisual y cuya profesora, a quien (para mí sorpresa) le gustó especialmente, me animó a formar un equipo y rodarlo. El equipo, sin duda, fue el mejor que jamás pude imaginar. Lo que queda no tiene más que un valor sentimental: veo las imágenes y es un álbum en movimiento de personas que fueron y son tan especiales para mí; nadie podrá decirme nada en contra, son criaturas angelicales, a las que, con los años, se han ido sumando otras: todos son bellos y terribles. Con ellos vivo.

Por creer en el texto, en la poesía y en mi ángel, por disfrutar (y sufrir un poquito, para qué negarlo), por compartir su tiempo conmigo aquel invierno, les doy las gracias y dejo constancia aquí de lo que se salvó de todo aquello. Lo más importante que yo, personalmente, conservo de Ángel es algo que jamás pudo quitarnos el tipo (uso esta palabra con plena consciencia) por el que, finalmente, esto terminó siendo un proyecto inacabado: nuestras ganas de seguir creando, creyendo y soñando. Tampoco pudo arrebatarnos lo que aprendimos en todo el proceso ni, muchísimo menos, el cariño que creció entre las personas, tan bonitas, que participaron.

Nombro aquí a los responsables del cariño que hoy siento, a las que estoy tan agradecida:

Equipo técnico: Víctor Fandiño, Fede Sánchez, Rubén Palacios y Paco Higuera.
Actores principales: Paloma Sánchez de Andrés y Jaro Onsurbe.
Actores secundarios: Raquel Cabanillas, Andrés Sudón, Óscar José Martín, Débora Marcos, Miguelón Martín, Jesús Sierra y Miguel Miñana.

Debería nombrar también a los extras, a los dueños del local y a la profesora que nos animó a llevar a cabo la tarea. Es imposible que recuerde sus nombres, pero no me olvido de ellos tampoco aquí. 

Este agradecimiento sería parcial si no manifestara mi admiración por el poeta que inspiró el guión: Rainer Maria Rilke. Fue Jaro quien, cuando nos conocimos, me regaló un ejemplar de Elegías de Duino. Creo que fue mi primer y más profundo acercamiento a la poesía; desde entonces, procuro mantenerme lo más cerca posible de ella.

A todos ellos, una vez más y siempre, gracias.

lunes, 12 de noviembre de 2012

a medias

Tengo tu retrato a medias. Te voy pintando 
según me vienen las ganas de tocarte. 
Lo hago como si en el trazo fuera 
la caricia que no te llega. 
Por mucho que yo me empeñe,
no le saco el color a la ausencia.
Te desdibujas en la contrarreloj que pone 
tu piel en la linde del olvido.
Puedo pensarte, sí. Te llama el tacto, 
sin embargo, y es así de simple:
tu boca de lapicero no puede besarme, y yo 
no me mojo con la acuarela.

De nada sirve borrar y empezar de nuevo:
no conseguiré tu sonrisa perfecta, lo sé,
ni mucho menos 
tu justa palabra que me salva,
porque no sé sino pintarte callado:
siempre estás dormido —no me sale la mirada—.

¿Qué decir de tus manos, 
tan cerradas, tan poco manos?
Vuelvo sobre ellas una y otra vez…
Lo de menos son los nudillos: 
sé que es cuestión de práctica.
El problema son las venas 
y la sangre palpitando,
tan quieta en el papel, 
tan frío.
No se paran en la memoria: 
se mueven siempre, 
en el aire o sobre mí, 
y así no hay forma…
y eso por no hablar de
las uñas 
la suavidad de la piel
el calor
las líneas que aún no te he leído
las cicatrices (¿qué pasaría 
si me olvidara de alguna importante?).
No me queda otra: determino 
escondértelas bajo tu pelo.  

¡Tu pelo!
Tu pelo es un enigma, 
da igual que decida suelto o en coleta.
Este detalle lo tengo atravesado, de verdad, 
es algo que me supera:
¿cómo soltarlo de mis dedos, cómo 
apartarlo de mi vientre, cómo 
lo separo del mío 
en las almohadas que recuerdo?
¿Conoces tú la forma? 

Respecto a esto, no te pido nada: 
es importante que quede claro.
¿Qué podrías hacer tú para que yo
consiguiera dibujarte como te pienso?
¿Qué culpa tenemos ninguno
de que yo te quiera o de que a mí, 
ahora,
te me antojes muso?

Una cosa sé: 
la torpeza no es pensarte mal ni poco,
es por todos esos asuntos que no me dejan dibujarte
(y otros que no vienen al caso)
que siempre acabo por recurrir a este otro lenguaje
para bailar contigo sobre las letras de los versos
(me puede el movimiento, qué otra cosa puedo decir).
Es por eso también que siempre es largo el poema:
cuanto más escribo yo, más bailamos los dos.
No cabe duda de que esto es un gran problema: 
me cuesta darlo por terminado,
y corro el riesgo de que te canses, pero
¿y si no volviera a sonar esta canción?

Ahora
debo volver al dibujo, debo
intentar pensarte de otro modo.
Sucede que hoy, lástima, 
no se me ocurre ningún final posible 
para esto que quería ser otro poema, 
de los que no van a ninguna parte, y,
como tu retrato, 
también se quedará a medias.
Por eso te escribo, 
para pedirte, por favor, que, si 
en algún verso tuvieras que marcharte, 
salgas sin hacer demasiado ruido 
(necesito esta música para pintar). 
Puedes dejarme una nota en alguna línea, si quieres. 
Yo volveré aquí cuando te despierte en el dibujo.
Ya me voy, debo volver al dibujo, 
pero ahora agárrame fuerte.
Empieza el baile.