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miércoles, 31 de octubre de 2012

ciertos días



Aman ese ínfimo espacio en el que no están cuando se duchan.

Nunca ha sabido qué hace él cuando ella se ducha. Él, ciertos días, la espera con una canción —nunca ha querido preguntar si elige concienzudamente cuál sonará o si sólo es algo casual que suene precisamente esa: la certeza aniquilaría el deseo—. Cree que es la forma que tiene de decirle que, en ese breve espacio en el que ella no estuvo, él deseó su cuerpo.

Mientras él se ducha, ella ordena sus papeles, caotiza listas, tiende la ropa y busca algún calcetín, abre las ventanas, se mira en el espejo y se acaricia, habla con la tomatera mientras la riega generosamente, acaricia el pelo de una muñeca de Lucía… idea cómo quitarle la toalla, cómo geometrizarse con él ocupando su entrepierna.

Cuando él termina, vuelve al dormitorio como si fuera la primera vez que entra en él. Ciertos días lo reciben unos ojos abiertos como tijeras. Peligrosas. Sabe que es la forma que ella tiene de hacerle saber que, en ese breve espacio en el que él no estuvo, ideó un patrón nuevo para amarlo: siempre acaba por cortarle la toalla y los planes...

Ciertos días, después de la ducha, todo (o casi todo) se retrasa o se olvida.