En el antes enciendo un cigarro,
dejo que la canción me duela.
Cuando el amor vuelve a hervir en
la sangre
y los ojos se ponen rojos de despedida,
cuando me revienta el ruido de
adentro
y el glup glup del pensamiento se
acelera,
cuando la piel se pone a punto y escama
y no le quedan pétalos por
escupir,
empiezo la historia que te
perdiste,
tecleo las secuencias en que
estuviste off
y que tu memoria no se guardó
para quererme
de aquella adolescente e insumisa
manera.
No sé por dónde empezar el relato
de los dolores que nos callamos,
de los bares que quemé para
llegarte
(en los que te comí como si
fueras el mundo),
de la primera llamada que aún despierta
un escalofrío,
del árbol del que caí aquella
noche,
de los poemas que escribí para no
sangrar,
de las veces, al fin, que no
desbarataste
mis sábanas ni mis razones.
Los colores que nos pintamos hacen
sepia la memoria
y a ratos gimen los recuerdos a
sus anchas.
Me quedé en el backstage de tus canciones
y en ellas no encontré el amor.
La letra que yo les puse no está
en ninguna parte:
no está en youtube, ni en el
cuaderno la caligrafía
que le inventé al deseo para no
ver que te marchabas.
Me quedé frente a ti
con el a pesar de en cada esquina
(“No hace falta que hagas nada”,
me decías.
“Dice que no hace falta que haga
nada”, me repetía),
como si quisiera estirar tu
espiral desde el centro,
enroscarme en ella y soltar la
goma
para que volviera a formarse y yo
ya estuviera dentro.
No me entiendas mal: me hice mujer
con tu voz
y mi adolescencia todavía se pone
armadura en el corazón.
Entiéndelo así: me sigue quemando
la edad
cuando te acercas demasiado.
Tal vez no entendí la entrelínea
del sexo,
quizá el deseo vibraba interferencias
y no me dejó escuchar
todas las sílabas de tu primer
adiós.
En este ahora, el cigarro se
consume
y no consigo escribir que el
silencio
sabe que aún te quiero…
y ya no hago nada y ya no duele.
Tengo las lunas que nos rompimos
a escote,
los besos que siguen ablandando
la vida,
el coqueteo taciturno con la ropa
puesta,
tu música abrazada a mi fantasía,
la incertidumbre y la confusión
con los cordones atados,
los celos y la saliva que te debo
en remojo
y un orgasmo que te pide.
Están la palabra duda mojando la boca
y tu cantar de amigo en los ojos
cerrados.
Quedan las playas sin chapuzón,
los desiertos desalojados,
las pensiones sin lencería,
y mi vientre vacío, sin tu pulso.
Mis pies escarban este asfalto
que no rompieron los besos.
Olisqueo toda la naturaleza que
sepulta
y nos une en silencio.
Salgo descalza y sin paraguas a
tu azotea:
la lluvia nos riega con su verdad
a medias
y en las flores se enreda la raíz
que nos hermana.
Eres salud y el continúa es esta amistad
como un hoy que no acaba.
Mis dedos se queman
en la calada de más que doy al
último verso:
me falta libertad para desbancar
la metáfora
y dibujar el corazón que rompe y
sana tu mano.
Soy la cobarde que te quiere y se
esconde en el poema.
(En el final de la canción enciendo
otro cigarro.
No hay repetición ni volver a
empezar.
Pero esta lluvia tiene la
complicidad de nuestras ventanas.
Seguimos mordiendo las
interrogaciones
que abrían y cerraban las
preguntas que nos hicimos
en las primeras líneas de este largo
nosotros:
del abrazo que guarda este
paréntesis nadie sabe,
y en él solo estamos los dos, tú
y yo, mojados, queriéndonos,
como signos enlazados en las
señales
que siguió aquel dolor prematuro
para encontrar otros tejados
donde lamernos la herida y volver,
después,
con la verdad descosida en los
ojos
a mirarnos como hoy nos vemos:
amigos, amantes, hermanos…
si el amor no nos falta
qué más da cómo nos llame el tiempo).
[…] no queda tabaco,
pero tengo los pájaros de tu
canción.
Andrea Mazas, Óscar Martín (chelo), Andrés Sudón (al fondo) y Antonio de Pinto (derecha). Fotografías de Inés Poveda. La canción replicada es "Escúpeme tus pétalos", de Andrés Sudón |